Los tesoros de la Alhambra
La obra que en esta entrada vamos a
tratar se enmarca dentro del Romanticismo. Este movimiento tiene como principal
dogma que no todo es entendible por medio de la razón y que, por tanto, hay
elementos en nuestro mundo que escapan a esta. Esto contradice pues, los
postulados de la Ilustración. Lo fantástico pasa a tener un lugar destacado dentro
de la literatura del Romanticismo. El escritor sirve de guía para entender lo
que se escapa a nuestros sentidos y no puede ser explicado de forma racional.
A continuación
hemos seleccionado un fragmento en el que perfectamente vemos lo descrito como
propio del Romanticismo.
“[…]Ayer al asomar la noche,
recogía el fresco por el puente último que lleva al Abellano, y donde viene
también a dar la senda que conduce a las espaldas de la Alhambra. Solitario el
sitio, y la hora a propósito, me dejaba ir en alas de mis devaneos, cuando una
voz cercana a mí en extremo me sacó de mis ensueños, diciéndome: "¿Eres
valiente? Quieres hacer fortuna? Volví los ojos y me encontré á dos pasos con
un soldado de mas que alta estatura, con morrión de cresta, con gola y vestes
azules, con el rostro no desagradable pero pálido y ceniciento, […] Me dijo que
desde la conquista de Granada estaba preso en aquella torre, custodiando los
crecidos tesoros que los moros habían recatado y escondido de los cristianos,
cuyo empleo enojoso lo cumplía enfadosamente. Que le estaba permitido el salir
de tres en tres años para procurar su libertad[…]”
Este texto pertenece a “Los tesoros de
la Alhambra”, publicada en 1832 en el Tomo IV de la revista “Cartas españolas” y escrita por Serafín Estébanez Calderón.
En este fragmento de la obra nos
encontramos al narrador contando a un amigo la historia de cuando se encontró
con el fantasma de un soldado musulmán que tenía como deber el ejercer de
guardián de un tesoro escondido en una torre.
El fantasma puede verse liberado de su
labor una vez cada tres años si alguien es capaz de dar la respuesta a un
acertijo. El protagonista, Don Carlos, acepta el reto y así el fantasma lo
conduce a un lugar solitario durante la noche, lo que crea el ambiente propicio
para que la fantasía se desborde. Aunque nuestro narrador si es capaz de
superar el reto propuesto por el fantasma, las consecuencias no serán las
esperadas.
En la obra encontramos multitud de
elementos románticos como pueden ser el romper con las normas del
Neoclasicismo, la multiplicidad de acciones o lugares o la falta de rigor
histórico. También propio del Romanticismo encontramos el uso de elementos
fantásticos. Además, la acción de lo que se narra transcurre en la Edad
Media, sin respetar el rigor histórico,
mezclando fantasía con algunos pocos elementos verosímiles.
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